Las chimeneas de piedra se han venido construyendo desde hace miles de años desde lo más tosco hasta las piezas más elaboradas y lujosas.
Inicialmente, su utilidad era absolutamente práctica, pues era el foco de calor del hogar y servía también como zona para cocinar.
Con el tiempo se convirtieron, en muchos casos, en elementos decorativos con uso práctico o, en ocasiones, sin uso.
Así, tanto con uso para el fuego como si no lo tienen, la cantidad de modelos que se han llegado a trabajar es enorme: desde la más simple hasta las más recargadas, llenas de cenefas y elementos decorativos en forma de relieves.
También, dependiendo de su ubicación y tamaño, las chimeneas de piedra pueden consistir en solamente las piezas frontales, otras que sobresalen de la pared con más o menos elementos en piedra o incluso exentas (con una o varias aperturas y en el centro de la zona a calentar).

En general, la base de la chimenea suele estar más alta que el suelo donde se asienta. Para ello se utiliza una o varias piedras planas que ocupan la superficie de base. También, en ocasiones, la piedra se coloca solamente en la parte frontal y el resto está ocupado por ladrillos.
Hoy día los elementos de piedra forman la chimenea en sí o recubren una metálica tipo cassette. En este caso se tienen en cuenta algunas medidas muy importantes para preservar su integridad: separación entre ambos materiales y colocación de láminas de fibra aislante pegada a la piedra.
Como hemos dicho, existen todo tipo de formatos de chimeneas de piedra en cuanto a tamaño, a forma general (rectas o curvas), a estilo (rústicas o modernas), y al hecho de que sean sencillas o recargadas (más lisas o más escultóricas).
Al final, lo cierto es que las chimeneas de piedra otorgan al espacio donde se integra un plus de solidez, naturaleza, solera, lujo o lo que cada persona quiera buscar en este elemento clave en muchos hogares.