No hay un secreto para la piedra envejecida:
La piedra, como cualquier otro material natural, envejece con el paso del tiempo. Este envejecimiento se ve potenciado cuando se encuentra en exteriores por el mayor efecto de los agentes atmosféricos como son el sol, el viento, el agua, el hielo, los ciclos de hielo/deshielo, etc.
Es fácil observar si salimos al campo, cualquier piedra que encontremos, como en su parte pegada a tierra tiene un color y en la parte expuesta tiene otro diferente, además de otra textura al tacto. Esto mismo ocurre en las piedras que forman parte de construcciones de cualquier tipo, dependiendo, como hemos dicho, el grado de envejecimiento, de la exposición de cada zona a los elementos.
Con el paso de los años, las superficies se van tornando rugosas, más erosionadas el las zonas más blandas que muchas veces forman parte de la estructura de una piedra, el color va cambiando y muchas veces se instalan en la superficie seres vivos como líquenes y musgos que se pueden observar fácilmente por ese cambio de color que podemos observar en la piedra envejecida.
Y para mi (y creo que para mucha gente) ese es uno de los encantos de la piedra natural: ese comportamiento de ser vivo cuya naturaleza va cambiando a lo largo de su extensa vida.
Por ello, como producto que tiene demanda, se crean de forma artificial en muchas ocasiones tipos de acabados que dan ese aspecto de piedra envejecida en sus diferentes usos y formatos.
Para dar este tipo de acabados se utilizan generalmente cepillos abrasivos en máquinas que desgastan irregularmente la superficie de la piedra, aunque dejando al tacto una superficie fina. Los cepillos se pueden aplicar también después de otros tratamientos que ya han dejado rugosa la superficie como el flameado.
A veces, de forma más sencilla, se pueden utilizar ácidos que corroen el material y que dejan igualmente una superficie rugosa, pero claro, esto solo se puede hacer en tipos de piedra de base calcárea, que son atacadas por estos ácidos.